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Un gentleman en el Vaticano

Un gentleman hace las cosas porque está bien hacerlas y no porque le reporte algún beneficio. Esta transcripción más o menos libre de lo escrito por Ignacio Peyró en su análisis del «caballero» centra en la conciencia individual y corresponsabilidad una forma de entender y vivir la vida. «Ya no existen caballeros», se quejaba una joven en su facebook al tiempo que añoraba, supongo que alguien se lo contó, los tiempos en los que los hombres dejaban el sito en el autobús a las señoras o simplemente las agarraban de la mano para ayudarles a bajar las escaleras.

El gentleman o caballero, además de sus buenos modales debe ser culto y honesto, elegante y saber absorber lo bello de la vida, aferrarse a ella inhalando sentimientos y sensibilidades cada segundo. Un alto sentido del honor junto con una devoción por los valores humanistas terminarían de definir al homólogo del clásico hidalgo español.

No debemos confundirnos con el «Dandy» quien es elegante pero se queda en el limbo de la estética, que siendo importante carece de transcendencia sobre lo vital y su desaparición como estilo no supuso una alteración de lo cotidiano. Por el contrario, la puesta en valor del gentleman condujo al imperio británico a sus más altas cotas de poder. La búsqueda de la excelencia en el sistema de educación británico suponía perseguir el sutil pero determinante objetivo, en palabras de Chesterton, de recibir en los colegios hijos de familias y devolverles un caballero.

Actualmente, todo lo que se aparte de la normalidad, en palabras de muchos escritores mediocridad, resulta incómodo y por lo tanto encontrar caballeros a la antigua usanza se revela cuando menos tarea difícil. Encontrar hombres que hayan trazado su vida bajo un estricto código de valores y ser congruentes con él hasta el final de sus días es reconfortante para cualquiera que aspire a salirse de la aburrida uniformidad de lo cotidiano.

Siempre me resultó atractiva la personalidad de Karol Wojtyla. No escribiré de él como el Papa que fue y guía espiritual de millones de personas. Como hombre humilde se hizo a sí mismo y creció con una fortaleza interna fruto de sus creencias que le condujeron a ser uno de los hombres más influyentes del mundo.

De raza eslava, cosa de la que se sentía muy orgulloso, era de buen porte, atlético y fuerte, era polaco y no hubiera desmerecido en sus tiempos jóvenes en la portada de cualquier revista del corazón. Pero además de los dones que la naturaleza le otorgó, recibió el don de ser profundamente humano, de hecho me atrevería a calificarlo como uno de los grandes humanistas de nuestros tiempos.

Su permanente preocupación por el destino de la humanidad le condujo a trabajar activamente por la unidad europea. Su origen polaco y la vivencia de la Segunda Guerra Mundial le llevaron a una comprensión de la naturaleza humana sin parangón. Sufrió la pérdida de seres queridos fruto de la maldad y del odio pero supo perdonar y revertir las persecuciones y rencores en diálogo y entendimiento.

Afirmó que Europa respira con dos pulmones, uno el eslavo y otro el occidental que se complementan. Rechazaba los nacionalismos radicales por ser excluyentes y generar desprecio hacia el diferente. Vivió con horror la guerra de la antigua Yugoslavia al comprobar como la etnia y religión se convirtieron en gérmenes de genocidios. Supo ver que la construcción de Europa debía fundamentarse no en los pueblos sino en las personas. Era consciente que la unión de los europeos podía contribuir a un mundo más justo y seguro. Siempre que tuvo ocasión así lo manifestó.

Vivió en congruencia con sus principios y siempre que tenía que posicionarse de forma enérgica, acompañaba a su natural fortaleza una dosis de paternalismo y templanza propias de un caballero. Incluso cuando reconvino a Ernesto Cardenal por su poca ortodoxa actuación en la guerra civil Nicaragüense.

No se me ocurre un mejor ejemplo de gentleman que el de Karol, vivió como tal y murió de igual manera, congruente con lo que predicaba. Solo por ello, merece sustraerlo de la vacuidad que preside un mundo relativista al que aportó la excelencia de una vida y nos regaló una Europa más unida y asentada en los valores clásicos y cristianos. Contribuyó de forma decisiva a un mundo más seguro cuyo epicentro lo estableció en el diálogo y entendimiento presidido por anteponer siempre la persona a ideologías o sistemas de organización social.

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