«Quien haya tenido miedo al cardenal creo que se ha equivocado»
José Francisco Serrano: «Rouco para nada ejerce autoritariamente el poder, sino que tiene autoridad»
El autor de la biografía autorizada del cardenal dice que Rouco está «encantado» con Francisco
En absoluto se aferra al poder. Eso es una imagen falsa. Él está en absoluta disposición de cumplir la voluntad del Santo Padre



(José Manuel Vidal)- José Francisco Serrano viene a presentarnos su nuevo libro sobre el cardenal Rouco Varela, un personaje con sus luces y sus sombras que ha marcado sin duda alguna la historia reciente de la Iglesia de España. Es decano de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad CEU San Pablo, así como asesor, colaborador y amigo del cardenal, de quien opina que «para nada ejerce autoritariamente el poder, sino que tiene autoridad y la ejerce».
El autor de Rouco Varela, el cardenal de la libertad defiende que «el cardenal Rouco contribuyó a una correcta y adecuada interpretación hermenéutica del Concilio Vaticano II». Además, sobre la revolución que está poniendo en marcha el Papa Francisco, Serrano asegura que Rouco está «absolutamente encantado».
«Quien haya tenido miedo al cardenal Rouco, se ha equivocado» concluye el biógrafo de Rouco.
El hecho de que sea una biografía autorizada, ¿tiene más ventajas que inconvenientes?
No lo sé, eso tendrán que decirlo los lectores. El hecho de que sea una biografía autorizada significa que la base del libro es una autobiografía, porque durante el proceso de elaboración del libro don Antonio ha ido narrando y describiendo cuáles son los momentos fundamentales de su vida. Al mismo tiempo me ha dado pie a mí a completar la elaboración de esos acontecimientos, fijándolos en el tiempo y en el espacio (porque una descripción así, de memoria, a veces tiene sus errores). Diferencias de fechas, de meses, incluso de personas o lugares.
Yo creo que lo que exige una biografía autorizada al biógrafo es no basar la biografía en los adjetivos, sino en los argumentos, en los datos, en las cifras, en los nombres y en las personas. Y lo que permite una biografía dialogada es hacer trabajos posteriores. Es decir, lo que me va a permitir este libro es hacer una biografía no ya de diálogo con el cardenal Rouco, sino de naturaleza científica, con notas a pie de página.
También hay que tener en cuenta que este texto pretende ser divulgativo, pretende ser destinado no tanto a las personas de Iglesia, sino a la sociedad española. Para que conozcan quién es el cardenal Rouco y establezcan una comparación entre la imagen pública del cardenal Rouco y su vida y trayectoria personal, que yo creo que es la gran desconocida.
¿Fue fácil hablar con el cardenal? ¿Conseguiste que se abriese?
Fue muy complicado debido a la agenda del cardenal Rouco. Antonio facilitó absolutamente que pudiéramos tener los encuentros que se consideraran necesarios, y esos encuentros fueron grabados durante dos años. Después yo hice una primera versión del libro en forma de preguntas y respuestas, pero él no veía esa forma para una biografía (sí para un libro de pensamiento). Entonces me planteó el reto de hacer una biografía periodística, más descriptiva y narrativa, para que yo introdujera también mi perspectiva, algo más de mí mismo. La posibilidad de contextualizar más, no centrarme sólo en él, su palabra y su descripción; sino contextualizar y utilizar estrategias narrativas y discursivas en torno al protagonismo de las personas reales, de las circunstancias y de las anécdotas que quizá hubieran sido veladas en la otra forma del libro.
En cuanto a conseguir que se abriese, también fue muy difícil. Ya sabemos que la personalidad de don Antonio es introvertida. No podemos hablar de «dos Roucos» (el de las comparecencias públicas y el del trato personal), aunque siempre se ha dicho eso. Pero yo no creo que se trate de eso, sino de que su personalidad introvertida (que no creo que sea tímida, sino introvertida), su forma de ser más dada al pensamiento y a la reflexión. Pero al mismo tiempo, en las distancias cortas, se demuestra en las relaciones personales con una capacidad muy fluida para el diálogo, incluso para la dialéctica. Por ejemplo, el cardenal Rouco recuerda con gusto y satisfacción la dialéctica en las asambleas de estudiantes durante los años estudiantiles en la Universidad Pontificia de Salamanca.
Creo que en ese sentido sí se ha conseguido en el libro que descubramos una personalidad distinta y complementaria a su imagen pública.
¿Le cuesta hablar de lo suyo, de lo personal? ¿De su familia, por ejemplo?
Sí, especialmente. Yo digo en el libro que a veces me daba la sensación, al hablar con él, de estar pisando el terreno sagrado de su intimidad. En los capítulos de la infancia, por ejemplo.
Es cierto que le cuesta especialmente hablar de su familia, pero creo que eso forma parte de la idiosincrasia de una generación de españoles que nacieron en la Guerra Civil, que fueron forjados en cierta medida en la austeridad, en las limitaciones económicas, en el sufrimiento, en el dolor… Todo eso también forma parte de la trayectoria del cardenal.
¿Tuvo una infancia feliz?
Estoy convencido de eso. Nació en una familia numerosa en la que, como en todas las familias numerosas, los hermanos eran muy distintos unos de otros. Pero lo que hizo feliz su infancia fue, sobre todo, la vida en la parroquia. Y la relación con su párroco, el sacerdote don Gabriel Pita da Veiga, que fue considerado un santo por el clero de la diócesis de Mondoñedo (incluso hubo un obispo de Mondoñedo que inició su proceso de beatificación).
Gracias a este sacerdote, Antonio tuvo una vida parroquial muy intensa ya desde pequeño.
También fue muy feliz con sus padres y su familia, pero no debemos olvidar que su padre murió muy pronto (él tenía 9 años). La relación con su madre es muy profunda, y sobre todo la relación con uno de sus hermanos, que era su padrino, al que le encargaron tutelar al niño Antonio María.
¿Había mucha diferencia de edad entre los hermanos?
Sí, porque es una familia muy extensa.
Él también fue muy feliz con sus amigos del pueblo, sus compañeros de clase. En esa época era muy trasto, muy inquieto.
Sobre el seminario de Mondoñedo él cuenta que siempre sacaba muy buenas notas en lo académico, en las asignaturas, pero en la disciplina y en la actitud ya no sacaba tan buenas notas. Excepto en los meses previos a irse a Salamanca, cuando equiparó las notas de la disciplina a lo académico.
Sin embargo, también dice que sacaba muy buenas notas en la vida de piedad.
Algo que me está pasando estos días con muchos sacerdotes mayores, sobre todo de la diócesis de Santander, que conozco de cerca; es que me están llamando por teléfono para decirme que esa formación que recibió el cardenal en Mondoñedo es la misma que recibieron ellos. Que la forma de trabajar en los seminarios era la misma en toda España. Así que muchas sacerdotes mayores me han dicho que están recordando su vida sacerdotal a través de esta narración de la historia del cardenal Rouco.
¿En la vida familiar no tuvo mucho suerte?
Bueno, su madre murió también antes de que él se ordenara, de una enfermedad muy complicada. No sólo por el sufrimiento personal de su madre, sino porque por aquel entonces no había un diagnóstico ni un tratamiento claro. La esclerosis múltiple no era muy conocida en aquella época.
¿Es una enfermedad hereditaria?
Sí, y la ha heredado una sobrina del cardenal, que está en silla de ruedas desde hace muchos años, y que es cuidada por María José, la otra sobrina de Antonio María que es religiosa, y que a mi parecer es uno de los grandes descubrimientos de la familia Rouco.
Esta religiosa misionera es también uno de los descubrimientos del libro, en el que digo que esta misionera podría ser perfectamente objeto de uno de los cómics de la revista «Gesto», por sus hazañas misioneras. Ella estudió medicina en Salamanca, estuvo en Filipinas, después den Malawi… y realmente es una vida ejemplar.
¿Su hermana también es muy importante en su vida?
Doña Visitación es una referencia para él, porque en cierto modo continúa la relación personal que don Antonio mantenía con su madre. Doña Visi hizo de madre de don Antonio cuando se murió su madre.
¿Su casa sigue siendo la casa de Visitación en Villalba?
Sí, allí convive con ella y con el resto de su familia en los tiempos de vacaciones.
¿Cómo fue el paso del seminario de Mondoñedo al de Salamanca, donde iban «los mejores»?
Don Antonio destacó en lo académico desde pequeño, y tuvo la suerte de tener un amigo que siempre le animaba. Se llama José Chao, de la misma familia del cantante Manu Chao y de su padre, Ramón Chao, que es un gran periodista.
Pepe Chao fue quien insistió tanto a don Antonio como a sus formadores del seminario, incluso al rector, con la posibilidad de ir a estudiar a Salamanca. Sus respectivas familias eran amigas en Villalba.
A don Antonio le costó la decisión. Siempre había sido una persona muy inquieta intelectualmente, dispuesto a abrirse a otros ámbitos. En ese momento existían en España la Universidad Pontificia de Comillas y la Universidad Pontificia de Salamanca. A Rouco, por la decisión del rector y de los profesores de Mondoñedo, le tocó en suerte ir a Salamanca.
¿Cuando va a Salamanca es la primera vez que sale de Galicia?
Sí, fue en tren, y se llevó una profunda impresión de los campos de Castilla. Él dice que al principio le parecieron más quemados que dorados y que luego ya le parecieron más dorados que quemados.
Él recuerda entrañablemente ese trayecto en tren de Galicia a Salamanca, donde se iban juntado los seminaristas de León y de Cantabria, la noche que pasaba en Astorga en una fonda, la misa y los rezos al día siguiente en la catedral… Todo eso lo recuerda con mucho afecto.
¿El paso a Munich supuso un salto cualitativo en su vida, por el prestigio que en aquella época tenía la teología alemana?
Sí. El salto a Munich lo dio por diversas razones: primero, porque el cardenal Rouco continuaba destacando a nivel intelectual, en sus estudios; y segundo, porque se dieron una serie de circunstancias que facilitaron este salto. Lo primero, que en Munich se acababa de abrir el colegio español, y que éste tenía un director genial: José María Javierre, con una personalidad absolutamente atractiva.
Además Antonio María tenía mucha relación con esos operarios y con ese mundo a través de su maestro o su formador de referencia, que era operario diocesano. Y por último, porque en la Universidad Pontificia de Salamanca hay una generación de viejos profesores de Derecho Canóico que querían facilitar todo lo posible que muchos estudiantes fueran a Europa y en concreto a Munich, para reforzar ese eje Salamanca-Munich.
En este caso hay una personalidad destacadísima que para mí representa mucho, pues fue el objeto de mi tesis doctoral: Lamberto de Echeverría y Martínez de Marigorta, que fue el que le dijo a Rouco que en Munich había un profesor de Derecho Canónico haciendo unas cosas muy interesantes y muy avanzadas. Entonces fue cuando don Antonio solicitó la beca de estudios para irse a Alemania.
Sin embargo, llegó al Derecho Canónico un poco «de rebote»…
Sí, él no pensaba estudiar Derecho Canónico. Fue a partir de una conversación con su obispo que empezó a dudar respecto a lo que podía estudiar allí. Su obispo tenía claro que tenía que favorecer su vocación intelectual y por el estudio, a partir de los informes que tenía de sus profesores de Salamanca.
En esa reflexión se planteó si estudiar Dogmática, teología fundamental, teología de la revelación… Pero su obispo le planteó que hiciera Derecho Canónico, quizá por la necesidad que había en su diócesis de canonistas. Y Rouco, como dice en el libro, se agarró a ese clavo ardiendo, a la propuesta de su obispo para estudiar Derecho Canónico, aunque no era una de las ramas más prestigiosas de la época.
No debemos olvidar, sin embargo, el cambio que se produjo en la época en torno al Derecho Canónico, debido a la ruptura de la concepción civilista del Derecho Canónico originada por la escuela de Munich, a una concepción del Derecho Canónico basada en la categoría de la comunión, que influyó directamente en la Iglesia y en el Vaticano II. Fue una gran transformación en el campo del Derecho Canónico y de su fundamentación teológica, en la que hasta entonces predominaba una concepción normativa.
Hasta tal punto esto es importante en la biografía de Rouco, que él fue el discípulo encargado del diálogo ecuménico en el ámbito del Derecho Canónico. Y de hecho su segundo estudio, que fue su tesis de habilitación, lo hizo sobre un canonista protestante. Sobre la transformación que se hizo a través de la comprensión de la necesidad de una norma dentro del mundo protestante.
En Alemania se le abrieron nuevas perspectivas eclesiales e intelectuales. ¿Cómo fue la experiencia a nivel afectivo y personal? ¿Tuvo alguna relación?
Bueno, creo que el tema de novias y tal pertenece más bien a la época anterior, de Mondoñedo, del grupo de amigos, etc. Pero no sé si tuvo alguna novia. Es una pregunta que no le he hecho.
Munich para el cardenal Rouco fue un nuevo mundo. Llegó al colegio español, pero no estuvo mucho tiempo allí, porque en cuanto tuvo la oportunidad se fue a vivir a una parroquia. Ésa fue su primera experiencia pastoral, como sacerdote colaborador de una parroquia en Alemania.
Allí se dedicó a los niños, a la catequesis, a confesar a los niños y llevar sus celebraciones. También se dedicó a los jóvenes, se introdujo en el mundo universitario y fue consiliario del grupo Justicia y Paz de la universidad de Munich. Ahí tuvo episodios muy bonitos de diálogo sobre la dimensión social del cristianismo, en centros de debate entre ciencia y fe, etc.
A nivel de relaciones humanas, don Antonio convivió en el colegio español con destacados laicos españoles que después fueron referentes en el mundo de la cultura y de la música, catedráticos de Derecho Canónico y catedráticos de medicina… e hizo especial amistad con Olegario González de Cardedal. Una amistad que perdura hasta hoy. Los dos defendieron la tesis doctoral el mismo día, el de Santiago Apóstol.
Al contrario de lo que muchos suelen pensar, Rouco no coincidió con Ratzinger en esa etapa…
No. Esto lo dejo muy claro en el libro. Ellos tenían mundos muy conectados, pero no se conocieron ni tuvieron un trato frecuente hasta que Rouco fue nombrado arzobispo de Madrid.
Dicen que Rouco utilizaba los apuntes de Ratzinger, que alguien le hizo llegar…
Sí, el coadjutor que había sido alumno suyo le pasó a Rouco los apuntes de las clases de teología fundamental de Ratzinger, y así fue como don Antonio descubrió al gran Ratzinger. A partir de entonces empezó a leer todo lo que Ratzinger publicaba durante su trayectoria de profesor, y se fascinó por él. Pero su relación personal vino después.
Sí que es cierto que durante la época de arzobispo de Compostela tuvo la oportunidad de saludarle en Roma, nada más haber sido nombrado Raztzinger prefecto para la Congregación para la Doctrinad de la Fe. Pero su relación especial se fraguó después, fundamentalmente a partir del nombramiento de Antonio María como arzobispo de Madrid.
¿Económicamente le fue bien en Alemania?
Económicamente los sueldos de profesor encargado de cátedra (puesto al que le habían facilitado que concursara, con plaza fija) en comparación con los sueldos que ganaba un profesor en la Universidad Pontificia de Salamanca, eran muy buenos. Por eso pudo comprarse un coche, y eso hizo también que le costara la decisión de volver a España. Rouco estaba destinado a ser catedrático en Munich.
¿Quién fue su «padrino»? ¿Quién le recomendó para Salamanca, cuando ya estaban allí Fernando Sebastián y Olegario González?
La causa de que llamen al joven profesor Rouco Varela a Alemania fue el fallecimiento en un accidente de tráfico de don Vicente Puchol, obispo de Santander. A partir de ese fallecimiento llamaron desde Santander a José María Setién, que era profesor de Derecho en Salamanca; y cuando Setién acepta irse de vicario general a Santander, el padre Antonio García, una eminencia en Derecho Romano, es el que se acuerda de ese joven profesor que había estudiado en Salamanca. Él y don Lamberto de Echeverría fueron quienes le llamaron para que fuese profesor en Salamanca.
¿Y para que se convirtiera en obispo auxiliar de Santiago, quién intervino?
Bueno, los procedimientos de nombramiento de los obispos auxiliares no son equiparables a los procedimientos de nombramiento de los obispos titulares.
Don Antonio no conocía a Ángel Suquía. No había tenido posibilidad de relación con él hasta el momento en que fue vicerrector de la Pontificia de Salamanca, y fue encargado por el rector, don Fernando Sebastián, de las relaciones institucionales. Fue entonces cuando empezó a asistir a las tomas de posesión de los obispos en representación de la Pontificia de Salamanca. De hecho, según cuenta don Antonio, la primera vez que se vieron Suquía le saludó como representante de la Pontificia pero sin darle más importancia.
Posteriormente le invita a que colabore con el Concilio de la Iglesia en Galicia, en el que Antonio María tuvo un papel destacado respecto a lo que se pretendía con el concilio. Después Suquía le invitaría también a dar conferencias a los sacerdotes de su diócesis, sobre todo para explicar las relaciones Iglesia-Estado, el papel de las constituciones como textos normativos de referencia en sociedades civiles europeas (estábamos en la época de la Transición política), etc. Así comenzaron su relación, y todo ese proceso terminó en la designación de Antonio María como obispo auxiliar de Suquía.
¿Llegaron a tener una relación profunda de amistad?
Don Antonio describe en el libro varios momentos de su relación con don Ángel Suquía, y hay uno muy bonito: Suquía le encargó a Rouco la pastoral de la Coruña, es decir, la asistencia, como obispo, de una ciudad emergente con un gran potencial económico y social. Pero llegó un momento en que Antonio María le dijo a don Ángel: «Don Ángel, usted tiene que ir alguna vez a la Coruña. Usted es el obispo, yo no lo soy…» (aunque le llamaran «el obispo de la Coruña»).
Creo que hay dos claves en su relación: la fidelidad a don Ángel Suquía, y la libertad de don Antonio en su relación con él.
¿Quién le trajo a Madrid?
El Santo Padre, que es de quien proviene el nombramiento oficial; y en cierto modo la dinámica de la propia historia de la Iglesia de España.
Hay que tener en cuenta que se había producido la Jornada Mundial de la Juventud en Santiago, y que don Antonio también había contribuido positivamente a la revitalización del Camino de Santiago, con aquella famosa pastoral a los obispos de Galicia sobre el camino de Santiago como camino de peregrinación en la vida… Cuando él venía a Madrid, fundamentalmente a la Comisión Episcopal de Enseñanza de la Conferencia Episcopal, la gente le decía «dicen por ahí que va a venir usted a Madrid…». Él contestaba «sí, mañana voy al ejecutivo».
Tenía poco conocimiento de la diócesis de Madrid. Igual ésa es una de las claves. Con la tranquilidad con la que él vivía en su tierra, veía a Madrid como una diócesis complicada.
Una de las personas más destacadas en este sentido es el cardenal Estepa, que en esa época le hablaba de la situación de Madrid.
Él llegó a Salamanca como un teólogo abiertamente conciliar, y puso en marcha junto a Sebastián y Olegario la recepción del Concilio. Sin embargo, luego se produjo una ruptura y Rouco se puso manos a la obra para frenar los «excesos» que decían que se estaban produciendo en el Concilio. ¿Cuál fue, a tu juicio, el punto de inflexión?
Creo que la causa fue la comprensión de la naturaleza de la Iglesia a partir del Derecho Canónico. Don Antonio describe en el libro el desfase que había entre el Concilio y las consecuencias del Concilio (las consecuencias pastorales, para la vida de la Iglesia) y entre el Concilio y la normativa canónica del Concilio. Creo que son el proceso de elaboración del Código de Derecho del 83 y anteriormente de la ley fundamental de la Iglesia, desde los presupuestos de su escuela teológica, los que contribuyen decisivamente a esa hermenéutica de la continuidad en la que se implica el cardenal Rouco. Inevitablemente hay que hablar del pontificado de Juan Pablo II, que es la otra gran referencia en este sentido.
El Concilio en la práctica establece una normatividad. Por ejemplo, en el ámbito de la liturgia. Una normatividad que el Derecho Canónico había dejado muy desfasada porque pertenecía a una época distinta. Y fue en ese proceso de reflexión en torno a la aplicación del Concilio en el que el cardenal Rouco se implicó necesariamente.
¿Es decir, que se plegó a los vientos que venían de Roma? A la nueva orientación o la nueva tendencia…
O que, más que facilitar los vientos de Roma, él contribuyó a una correcta y adecuada interpretación hermenéutica del Concilio Vaticano II.
¿Ha sido el hombre de Roma en España durante casi 20 años?
Es un hombre que tiene una cercanía patente con Juan Pablo II. Una cercanía de inquietudes personales, de comprensión. Hay un dato que marca mucho la experiencia del cardenal Rouco, y es la Alemania de la posguerra. Lo que significa la Europa de después de la II Guera Mundial. Y también el valor de la tradición católica.
Una cuestión significativa es que el cardenal Rouco hizo la tesis sobre las relaciones Iglesia-Estado en la época de los Reyes Católicos. Es decir, en el periodo de la Modernidad.
La cuestión de fondo es que el cardenal Rouco ha analizado profundamente las consecuencias de la Modernidad en Europa en clave de conformación y de preocupación. En gran medida su intervención como relator en el Sínodo especial para Europa versaría sobre esto.
Él es especialista en lo que supuso la Iglesia Católica en España en el siglo XVI. Es decir, en la contribución a la modernización de la Iglesia Católica a partir de los grandes místicos (Ignacio de Loyola, Teresa de Jesús…), de los grandes teólogos y de la contribución de Trento. Lo que el cardenal Rouco plantea es, por tanto, cuál es la contribución de la Iglesia Católica al diálogo con las consecuencias últimas de la Modernidad en nuestra época, y en la aparición de la Postmodernidad.
Muchos le recriminan el excesivo poder y control que llegó a ejercer en la Iglesia española, durante años, de forma férrea
Creo que hay que distinguir. El cardenal Rouco para nada ejerce autoritariamente el poder, sino que tiene autoridad y la ejerce. Pero ejerce la autoridad como una autoridad de referencia, no como una autoridad ejecutiva.
Tras haber descubierto algunos perfiles de la personalidad de Rouco puedo decir, como dato significativo, que el cardenal Rouco nunca ha removido de su puesto a nadie después de haber sido nombrado. No forma parte de su carácter ni de su forma de gobierno. La gente podrá decir lo que quiera, hay gustos para todos.
Este libro se ha centrado fundamentalmente en la relación del cardenal Rouco con sus iglesias: con la de Santiago y con la de Madrid. La verdad que he abordado poco su papel en la Conferencia Episcopal, porque la perspectiva es distinta. Porque si se mira al cardenal Rouco desde su ejercicio y sus funciones de gobierno como obispo en sus diócesis, creo que hay que diferenciarlo del papel que ha tenido que cumplir en la Conferencia Episcopal.
Sin embargo, casi todos los obispos le deben su mitra o su subida en el escalafón jerárquico, pues él los nombró… Por ejemplo, Ricardo Blázquez, a quien primero nombró obispo auxiliar y que ahora le sucede.
Él fue miembro de la Congregación de los Obispos durante mucho tiempo, y presidente de la Conferencia Episcopal, por lo cual intervenía en el nombramiento de los obispos, lógicamente.
En el libro, Rouco se refiere a los obispos que han trabajado con él en sus diócesis, es decir, los que han sido o son sus obispos auxiliares. Podría haber hablado de muchos obispos, pero ha sido especialmente cuidadoso en no referirse a personas ni a obispos. Y yo también he tenido cuidado de no hacer en el libro ningún juicio de valor sobre absolutamente nada ni nadie.
El caso de don Ricardo Blázquez es un caso de continuidad, porque evidentemente él fue su obispo auxiliar. Es decir, que hubo un proceso especial y específico de nombramiento o propuesta de don Ricardo Blázquez, a quien Rouco conoció como profesor de Salamanca. O sea, que responde a una trayectoria.
¿Cuál es la huella que Rouco ha dejado en Madrid?
Bueno, vamos a dejar que la historia lo diga… Yo creo que este libro a lo que nos va a ayudar es a ser pacientes con la persona y la personalidad del cardenal Rouco a la hora de hacer juicios. Dejar que discurra el tiempo para ver en qué sentido el cardenal Rouco ha contribuido al bien de la Iglesia en España.
Su huella en Madrid es la continuidad del proceso iniciado por el cardenal Suquía. Deja también una ordenación de la diócesis, y más de 200 nuevos templos para la vida parroquial. En Madrid deja lo que yo en el libro llamo un «triángulo virtuoso», que es la relación entre parroquia, escuela y familia, uno de los grandes leitmotiv del cardenal Rouco. Deja también la revitalización de la vida parroquial, una estructura de la caridad muy asentada (la Cáritas de Madrid se ha potenciado mucho en el pontificado del cardenal Rouco), en continuidad con lo que hizo también el cardenal Tarancón en Madrid. Deja una estructura de atención a los imigrantes muy destacada (me consta el gran reconocimiento que tienen los textos del cardenal Rouco sobre las migraciones), y deja también la Universidad Eclesiástica San Dámaso.
¿A costa de la Universidad Pontificia de Salamanca?
Bueno, creo que quien lea el libro no afirmaría eso, porque, más que a costa de nadie, el cardenal Rouco deja la Universidad Eclesiástica San Dámaso en favor de todos.
La Universidad Eclesiástica San Dámaso es una institución joven. De hecho, creo que en el libro es la primera vez que se describe la historia y la intrahistoria de la Universidad. El cardenal Rouco deja claro en el libro (y esto lo puede ratificar el entonces rector de la Universidad Pontificia de Salamanca) que o fue una idea preconcebida, sino que nació sobre la marcha, viendo la propia dinámica que tenía el centro o instituto teológico San Dámaso y la Facultad de Teología San Dámaso, en la que había jugado un papel importantísimo don Antonio Cañizares.
Pero, no habiendo mercado suficiente para todas, potenciar San Dámaso significa necesariamente perjudicar a la Pontificia de Salamanca…
Lo primero es que hay que hacer posible que haya mercado para todas. Hay que trabajar en la pastoral vocacional, hay que trabajar en la formación teológica del laicado y de la vida religiosa. Y lo segundo, es que yo creo que va a producirse un efecto que va a beneficiar a todos, como en las universidades privadas: Cuando nace una nueva universidad privada no es a costa de las demás universidades privadas, sino que permite que todas las universidades privadas se regulen, se coordinen, se reorienten, se especialicen… Estamos en un momento de especialización del conocimiento. Por tanto, San Dámaso como universidad eclesiástica se especializará en algunas materias y otras universidades se especializarán en otras.
¿Votó Rouco al Papa Francisco? ¿O no te lo ha revelado?
Evidentemente no me ha hecho ese tipo de confesiones, que pertenecen al fuero íntimo e interno de la persona. Pero yo siempre digo, en contra de las imágenes que se están creando, y que siempre son intencionales: la realidad es que el único viaje fuera de Madrid a América Latina que hace el cardenal Rouco (y mira que tuvo oportunidades de ir, por ejemplo, a México) es a Buenos Aires.
¿Quizá porque allí había nacido su madre?
Efectivamente, quizá fue por el deseo de volver a las raíces familiares. Ese viaje lo hizo en la Pascua de 2006 con monseñor Fidel Herráez, su obispo auxiliar. Ahí conoció y tuvo su particular relación con el entonces arzobispo de Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio. En el libro cuento varias anécdotas de ese encuentro, y el propio cardenal Rouco, cuando tiene que calificar su posterior relación con Bergoglio, la califica como «fraternal». En el libro cuenta que una vez que se conocieron conversaron varias veces telefónicamente por distintos motivos.
¿O sea que el cardenal Rouco está encantado ahora mismo con la revolución que está poniendo en marcha el Papa Francisco?
Absolutamente encantado.
¿Y está dispuesto a tirar del carro en esa misma dirección?
Por supuesto.
Pero eso significa que el modelo por el que ha vivido y luchado durante toda su vida se viene abajo…
Los modelos son mutantes. Yo no me fijo en los modelos ni sé de modelos, pero sí sé de experiencia cristiana. Evidentemente el cardenal Rouco pertenece a una generación distinta y ha tenido unos procesos de formación distintos que los del Papa Francisco, pero la experiencia cristiana, la experiencia de la espiritualidad basada en la piedad popular y tradicional, es algo que tienen en común.
Sin embargo, las incidencias de cada uno son marcadamente diferentes: Mientras el cardenal insiste fundamentalmente en la doctrina, en la moral sexual, y en la familia, el Papa da mucha menos importancia a ese tipo de temas, y se centra mucho más en el Evangelio que en la doctrina.
Las incidencias también tienen que ver con determinados momentos históricos, y se hacen en función de determinadas circunstancias y momentos históricos. Las incidencias del pontificado de Benedicto XVI, por ejemplo, pasaban por el diálogo con el mundo de la cultura y el asentamiento doctrinal. Eso ya es un bagaje, un tesoro de la Iglesia.
Ahora ha llegado otro momento, pero eso no significa que haya que clausurar y cerrar las puertas al momento anterior, sino que el momento anterior permite alentar el nuevo momento con sus nuevas incidencias.
¿Se ha tenido miedo al cardenal Rouco en la Iglesia española?
Quien haya tenido miedo al cardenal Rouco yo creo que se ha equivocado.
¿Por dónde va la sucesión?
No tengo ni idea.
¿No está durando demasiado el «interregno»? ¿No hay demasiada incertidumbre en el ambiente?
Creo que dentro de la experiencia de la Iglesia de Madrid es un proceso de normalidad. Don Antonio envío la carta preceptivamente, según recomienda el Código de Derecho Canónico cumplida su edad. A partir de ahí, la maquinaria tendrá que funcionar.
¿No se sigue agarrando al poder?
En absoluto. Eso es una imagen falsa. Él está en absoluta disposición, por supuesto, de cumplir la voluntad del Santo Padre y su decisión.
¿Qué tipo de perfil de obispo crees que sería el idóneo para suceder al cardenal en Madrid?
No lo sé, porque eso no ha sido objeto del libro. Lo que te puedo decir es lo que quiero de todos los obispos, incluyendo el de Madrid: que sea un padre y un pastor.
¿Crees que Rouco ha sido un cura feliz?
Absolutamente feliz. Hay una anécdota que él cuenta en el libro de cuando estaba en el seminario de Salamanca. Recuerda que los operarios del seminario les decían: «Vosotros no estáis aquí para ser obispos ni para ser canónigos, ni para ser catedráticos de universidad ni para dedicaros a dar asignaturas en el seminario. Vosotros estáis aquí para preocuparos por la salvación de las almas».
Esa inquietud por la salvación de las almas, aunque sea una formulación categórica que pertenece a las almas, es una inquietud por el bien de la persona, por la felicidad de las personas. Y ésa es la vocación que ha estado presente en la vida del cardenal Rouco como sacerdote.
¿Y por qué crees que la imagen pública que da el cardenal no va precisamente por ahí?
Creo que se ha potenciado excesivamente su dimensión pública de referencia intelectual y moral, más que la dimensión pastoral, y que esto ha sido motivado por su papel de presidente de la Conferencia Episcopal. Y a la vez él ha tenido un cierto pudor de no querer hacer pública su experiencia de vida, de todos los fines de semana dedicados a visitas pastorales. Creo que ha cumplido dos o tres veces una visita pastoral completa a todas las parroquias de la diócesis de Madrid en su pontificado. Ahí es cuando uno toca, palpa y descubre quién es de verdad el cardenal Rouco, el párroco de Madrid.
¿Se va con tranquilidad y con calma, con la sensación del deber cumplido?
Habría que preguntárselo a él, pero estoy absolutamente convencido de que sí. Al menos la percepción que yo tengo es que él ha querido siempre cumplir la voluntad de Dios.
Por último, ¿podrías explicarnos el título? Llama la atención que llames a Rouco «el cardenal de la libertad»…
Sí, tengo que explicarlo. Sabes que en las editoriales pesa mucho el marketing y la publicidad. Mi propuesta original era titularlo «Rouco, el cardenal de la libertad de la Iglesia», que es uno de los grandes leitmotivs del cardenal, y que tiene su raíz en su comprensión canónica del papel de la Iglesia en la sociedad, del la configuración del Estado en la Modernidad, etc. Pero claro, era un título demasiado largo. Entonces lo acortaron, y se quedó en «el cardenal de la libertad».
Algunos titulares:
-En cuanto a conseguir que se abriese, también fue muy difícil. Ya sabemos que la personalidad de don Antonio es introvertida
-Es cierto que le cuesta especialmente hablar de su familia
-Su madre murió de esclerosis múltiple
-No pensaba estudiar Derecho Canónico
-No sé si tuvo alguna novia. Es una pregunta que no le he hecho
-Ratzinger y Rouco no se conocieron ni tuvieron un trato frecuente hasta que Rouco fue nombrado arzobispo de Madrid
-Más que facilitar los vientos de Roma, él contribuyó a una correcta y adecuada interpretación hermenéutica del Concilio Vaticano II
-Rouco para nada ejerce autoritariamente el poder, sino que tiene autoridad y la ejerce
-Más que a costa de nadie, el cardenal Rouco deja la Universidad Eclesiástica San Dámaso en favor de todos
-El cardenal Rouco está absolutamente encantado ahora mismo con la revolución que está poniendo en marcha el Papa Francisco
-Quien haya tenido miedo al cardenal Rouco, creo que se ha equivocado