A determinadas personas consagradas, no les gustara leer este Post, a otras tal vez les sirva para reflexionar y enmendar lo que a continuación voy a exponer.
Me estoy refiriendo a la homilía dominical. Acudimos a la santa misa con una ilusión focalizada en lo que nos transmitirá el celebrante. Nos gusta que nuestra conversión se renueve cada semana y, quien mejor que, el sacerdote celebrante, nos estimule con su bien hacer.
Los que acudimos a la misa, no por obligación sino por devoción, perseguimos incrementar nuestra débil espiritualidad no solo escuchando la repetición del Evangelio o comentando ciertos aspectos del mismo. Esperamos del sacerdote que nos anime a interpretar la palabra de Dios en términos teológicamente mas a nuestro alcance. Las escrituras son tan complicadas como ricas en su contenido. Una sencilla y adecuada interpretación de las mismas nos hará extrapolar mucha riqueza en nuestra difícil vida cotidiana. Cada día y cada domingo o en cada fiesta de la Iglesia hay siempre cosas que aprender, aplicarlas o simplemente meditarlas, para nuestro bien espiritual. A los fieles, por si solo, nos cuesta mucho esfuerzo conseguirlo.
Imagino a estos jóvenes que por fortuna vemos en las iglesias buscando algo o a alguien que les aporte luz y sentido a sus vidas, frustrados por celebrantes que carecen de lo que alumbraba a Jesús, liderazgo. Posiblemente muchos no vuelvan jamás a pisar una iglesia.
Los seminarios sacerdotales y las diócesis deberían hacer un alto en el camino y cuidar este aspecto tan importante para que no se incremente la tibieza en los feligreses sino que todo lo contrario nos aporte vigor y entusiasmo en el incremento de nuestra fe.
Mi humilde consejo sería, invitar a todos los sacerdotes a que se preparasen la homilía como lo más importante que deben hacer durante la semana. Como si su vida dependiese de la capacidad de salvar almas en lugar de acercarlas al abismo.