¡Buen día! Juan Pablo II se ha caracterizado, entre otras cosas, por un permanente reclamo en contra de las violaciones de la persona humana. En la exhortación apostólica “Los fieles laicos” (Christifideles laici, en su versión latina) dice, por ejemplo:
“Pensamos en las múltiples violaciones a las que hoy está sometida la persona humana. Cuando no es reconocido y amado en su dignidad de imagen viviente de Dios (ver Gn 1,26) el ser humano queda expuesto a las formas más humillantes y aberrantes de “instrumentalización”, que lo convierte miserablemente en esclavo del más fuerte. Y el “más fuerte” puede asumir diversos nombres: ideología, poder económico, sistemas políticos inhumanos, tecnocracia científica, avasallamiento por parte de los medios de comunicación social.
De nuevo nos encontramos frente a una multitud de personas, hermanos y hermanas nuestros, cuyos derechos fundamentales son violados, también como consecuencia de la excesiva tolerancia y hasta de la patente injusticia de ciertas leyes civiles: el derecho a la vida y a la integridad física, el derecho a la casa y al trabajo, el derecho a la familia y a la procreación responsable, el derecho a la participación en la vida pública y política, el derecho a la libertad de conciencia y de profesión de fe religiosa.
¿Quién puede contar los niños que no han nacido porque han sido matados en el seno de sus madres, los niños abandonados y maltratados por sus mismos padres, los niños que crecen sin afecto ni educación? En algunos países, poblaciones enteras se encuentran desprovistas de casa y de trabajo; les faltan los medios más indispensables para llevar una vida digna del ser humano; y algunos carecen hasta de lo necesario para su propia subsistencia. Tremendos recintos de pobreza y de miseria, física y moral a la vez, se han vuelto ya anodinos y como normales en la periferia de las grandes ciudades, mientras aflijen mortalmente a enteros grupos humanos.
Pero la sacralidad de la persona humana no puede ser aniquilada , por más que sea despreciada y violada tan a menudo. Al tener su indestructible fundamento en Dios Creador y Padre, la sacralidad de la persona vuelve a imponerse, de nuevo y siempre” (n.5
POR JOSE CESCHI