Gestos hacia el Vaticano detrás de la inquietud por el cura argentino en Gaza
El mensaje de la presidenta a Israel para proteger al párroco mendocino asediado en Palestina, buscó dar señales de respaldo a la política antibélica que impulsó Bergoglio con su viaje a Tierra Santa. Preocupación en Roma y Buenos Aires.
En el medio de una de las semanas más calientes de su carrera política, atravesada por el litigio judicial con los fondos buitre en Nueva York, la presidenta Cristina Fernández dedicó parte de su comunicación pública para cuestionar la ofensiva militar que desató el Estado de Israel sobre la Franja de Gaza, en Palestina. Según consignó Tiempo Argentino, el disparador de la inesperada advertencia para la diplomacia hebrea fue el sacerdote argentino Jorge Hernández, mendocino de nacimiento, oriundo de la localidad sureña de Villa Atuel y también miembro de la ultramontana y conservadora orden religiosa del Instituto del Verbo Encarnado (IVE). El «gobierno de Israel es responsable de (la) integridad física del sacerdote y (las) personas asistidas por él. El agravamiento de la situación de dichas personas tendría serias consecuencias en la relación bilateral», disparó la mandataria desde su cuenta personal de Twitter el miércoles pasado para intensificar los reclamos políticos de salvaguarda personal para el párroco de la Sagrada Familia de Gaza, quien al cierre de esta edición sigue a cargo de 30 niños discapacitados y un grupo de nueve ancianos en medio de un asedio sin freno. «Por ahora está fuera de peligro y de acuerdo a los últimos reportes diarios que provienen desde nuestra representación en Ramallah, han cesado los bombardeos en la zona», explicó ayer a este diario un alto funcionario de la cancillería argentina que le envía la misma información a la presidenta.
El mensaje tuvo un eco que el cura Hernández quizás no pueda dimensionar porque pasa sus días incomunicado entre las bombas.
Pero los reclamos de la Casa Rosada no sólo están dirigidos a Tel Aviv para proteger al cura mendocino, admiten los interlocutores presidenciales que monitorean la devastación de Gaza. También buscan hacer una discreta escala en los oídos y escritorios pontificios del Vaticano, como una señal política de respaldo para el Papa Francisco, el sacerdote jesuita que, desde que asumió la jefatura política de la Iglesia Católica, ha invertido audaces esfuerzos para involucrar a Roma en un plan para lograr la paz en Medio Oriente. La decisión bergogliana de utilizar la osamenta diplomática de la Santa Sede para frenar un nuevo y brutal derramamiento de sangre en la Franja de Gaza, no cosechó el mismo entusiasmo dentro de la influyente y secretista legión de embajadores con sotana. Desde los escritorios criollos, los observadores con rango de funcionario que analizan la evolución del «Efecto Francisco» enumeran la serie de cuestionamientos y reparos que escuchó Bergoglio, en boca de sus propios funcionarios, para evitar que realizara la gira que concretó a fines de mayo en Jersusalem, Tel Aviv y Jordania. El pontífice porteño fue igual, desconoció las advertencias y logró encontrarse con el mandatario palestino Mahmud Abbas y el presidente israelí Shimon Pérez. El deseo papal incluía una foto con ambos frente al Muro de los Lamentos, pero la propuesta de la foto histórica se habría hecho trizas cuando Abbas, sin perder la prudencia diplomática le contestó a Bergoglio. «Santo Padre, si mi familia me permite el sacrificio me puedo sacar la foto que Usted me pide, pero si no me lo permiten no podré hacerlo», le habría dicho el titular de la Autoridad Nacional Palestina al ilustre invitado para explicarle que si posaba para esa foto pacificadora su vida correría peligro.
«Bergoglio hizo todos los esfuerzos posibles para evitar lo que está pasando en Gaza, pero la confesión de Abbas le quitó el aliento», revela un asiduo interlocutor papal que escuchó en Roma la desazón pontificia posterior a la gira de mayo. En lugar de la foto histórica, hubo otras locaciones, otras imágenes y una invitación formal del Palacio San Pedro para que ambos líderes continuaran el diálogo en los alrededores de la Capilla Sixtina. Nada de eso finalmente sucedió, pero la anécdota diplomática que resuena en algunos despachos argentinos forma parte del mosaico de hechos y variables que manejan en la Casa Rosada para analizar la evolución del conflicto en Medio Oriente, donde un pontífice argentino decidió intervenir luego de insistir en la necesidad del diálogo interreligioso por más de 15 años. La vocación del intercambio porteño siempre anheló terminar la escalada bélica alrededor de Tierra Santa, pero las imágenes de los combates y los muertos posiblemente reanimen la impotencia criolla entre Roma y Buenos Aires.
Entre el olivo que plantó en Plaza de Mayo en 1997, cuando era un flamante obispo auxiliar, hasta la gira promovida este año por líderes árabes, judíos y católicos de origen argentino para exportar «el modelo de diálogo interreligioso» en las mismas capitales que Bergoglio visitaría en mayo, existe un núcleo de coincidencias entre las principales confesiones que ahora, al calor de las bombas en Gaza, han comenzado a crujir con fuerza. Los sonidos tienen epicentro en la misma zona donde sobrevive el sacerdote Hernández, aunque resuenan en los despachos oficiales argentinos, por donde han transcurrido más de diez años de un diálogo interreligioso que ahora peligra.
«Luego de los primeros ataques, cuenta Hernández en su blog desde Gaza, comenzamos con el apostolado de las llamadas, cosa que agradecieron nuestros parroquianos, quienes no ahorraron timidez en pedir nuevamente que nos quedáramos aquí, entre ellos. Creo que en estas circunstancias se entiende mejor aquello del apostolado de presencia. (…) Nosotros estamos bien, seguros y serenos. Esperamos ansiosos el momento en que los responsables se determinen a buscar decididamente la paz entre estos dos pueblos. Paz que es, ante todo, interior y espiritual, y que se basa sobre la justicia.» El mensaje tuvo un eco que el cura Hernández quizás no pueda dimensionar porque pasa sus días incomunicado entre las bombas. Pero su presencia en Gaza retumba tanto en Buenos Aires como en el Vaticano.