16 de Noviembre del 2014, XXXIII Domingo Ordinario.
La parábola que hoy nos ha presentado San Mateo está situada en una realidad muy concreta: la venida del Señor al final de los tiempos. El regreso es seguro y cuando vuelva nos juzgará según el comportamiento que hayamos tenido. Desde el principio, con la imagen del “hombre que se va de viaje a tierras lejanas” se nos recuerda la responsabilidad que como cristianos tenemos en la historia, en la vida de todos los días, en los grandes y pequeños quehaceres que Dios nos ha encomendado. Nuestro jefe de alguna manera se ha ausentado y nos ha dejado a sus colaboradores de confianza un amplio espacio de autonomía y de maniobra. Cada uno, según sus capacidades y posibilidades, debe, no sólo conservar, sino multiplicar el anuncio y la realización del Reino que Jesús ha venido a implantar.
Los tres casos que el evangelista presenta son significativos. En dos de ellos, los criados negocian y consiguen ganar con sus talentos, uno cinco y otro dos. Ambos son felicitados y recompensados: “Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor”. Y es que en el Reino de Dios no cuenta haber rendido diez, cinco o dos, sino haber puesto a su servicio todo lo que uno es. En el tercer caso, el criado conserva y entrega lo que ha recibido sin haberlo hecho producir. Sus justificaciones de nada sirven, y es tratado de malo, inútil y perezoso. Y todo lo que había recibido se le quita. Su actitud nace de una falsa imagen que tiene de Dios: “Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra”. El Dios de Jesús es un Papá que de verdad nos ama, nos hace crecer y quiere que lleguemos a la plenitud, por eso continuamente nos exige y nos pide cuentas. La fe que nos ha dado no es algo que se guarda en una caja fuerte para protegerla, la fe es vida que se expresa en amor, entrega, desarrollo y servicio. Así podremos entender la sentencia conclusiva de la parábola: “Pues al que produce se le dará y le sobrará; pero al que no produce, se le quitará aun lo poco que tiene”.
Es maravilloso que en la literatura sapiencial del libro de los Proverbios se nos haya puesto como modelo de habilidad, de trabajo, de calidad humana, de sentido religioso y de compromiso doméstico y social a una mujer: El juicio de Dios se manifiesta en la alegría y en las alabanzas del esposo y de los hijos que se sienten orgullosos de tener una esposa y una mamá tan inteligente y completa. La invitación a producir buenas obras y a dejar la flojera también se nos ha hecho en la carta a los tesalonicenses: “A ustedes, hermanos, ese día no los tomará por sorpresa, como un ladrón, porque ustedes no viven en tinieblas, sino que son hijos de la luz y del día… Por tanto, no vivamos dormidos, como los malos, antes bien mantengámonos despiertos y vivamos sobriamente”.
No cabe duda de que en nuestra sociedad y cultura hay un interés cada vez mayor por la autoestima. Es un tema continuamente tratado en libros, en talleres de desarrollo personal o en cursos de formación empresarial y de liderazgo. La importancia de la autoestima consiste en que se refleja en nuestra manera de ser y en todo lo que hacemos. Si yo no me valoro en lo que realmente valgo, si no aprecio de manera sana y realista las cualidades y talentos que Dios me ha dado, no creceré como persona y no realizaré lo que Dios me ha encomendado en esta vida. Por otra parte, si no acepto con paz mis limitaciones y no reconozco con serenidad mis defectos, seré víctima fácil de depresiones, inseguridades y desconfianzas en mí mismo.
Es un grave error enterrar la vida y los talentos que Dios nos ha dado. La parábola de Jesús que condena al tercer siervo por enterrar su talento, sin arriesgarse a hacerlo fructificar, es una llamada a la iniciativa, a la creatividad y al compromiso responsable; pero sobre todo a la autoestima y sana aceptación de uno mismo con sus luces y sombras, con sus talentos y limitaciones y dejar así el lloriqueo continuo que nos lleva a la ruina y con el cual tratamos de justificarnos: “yo no sé, yo no puedo”. Quien sabe aceptarse así, no vive ensimismado, enamorado de su propia imagen y encerrado en un egoísmo insolidario. Al contrario, se siente responsable de su vida y de los talentos que Dios le ha regalado y se pone a trabajar para crecer como persona buscando una vida más digna para sí y para sus semejantes.
Nadie en este mundo carece de valores y de talentos, ni de oportunidades. Todos tenemos cualidades y capacidades y también todos tenemos una misión, una tarea, algo que cumplir. Todos somos originales, diferentes y con diferentes vocaciones, nadie nos puede suplir, lo que dejemos de hacer, se quedará sin hacer, otros vendrán y harán otras cosas pero no lo que a nosotros correspondía. Este es el tiempo de producir, de crecer y de multiplicar lo que Dios puso en nuestras manos. Así es como se espera el Reino de Dios, así es como se espera la segunda venida del Señor y no con miedos y temores que nos paralizan y nos dejan fuera de la gloria que nos tiene preparada.
No hemos de olvidar que el tercer siervo de la parábola es condenado, no porque haya cometido maldad alguna sino porque se ha limitado a conservar estérilmente lo recibido sin hacerlo fructificar. Parodiando a Jesús que nos dijo: “el que pierda su vida, la ganará”, Machado nos ha dejado unos hermosos versos: “Moneda que está en la mano quizá la puedas guardar; la moneda del alma la pierdes si no la das”.
Es bueno hacer resaltar con la parábola la responsabilidad que tenemos frente a la vida, pero no podemos dejar de darle la primacía a la confianza que Dios ha puesto en nosotros. El llamado a la colaboración en el proyecto de Dios nos debe llenar de alegría y entusiasmo. Sólo si sabemos descubrir y vivir la confianza sin límites que Dios ha puesto en nosotros, sólo si sabemos valorar la grandeza de la vocación que hemos recibido para ser colaboradores del mismo Dios, que quiso necesitar de nosotros, iremos creciendo, haremos crecer el Reino de Dios y nos sentiremos felices y honrados de trabajar en lo que El nos ha encomendado.
Nuestro México está en un momento crítico, necesita de todos nosotros para pasar de las protestas a las propuestas, necesitamos redoblar nuestro compromiso para acompañar espirutual y solidariamente a las víctimas de la violencia, para colaborar en los procesos de reconciliación y búsqueda de la justicia y la paz, para respaldar los esfuerzos de la sociedad y sus instituciones a favor de un autentico Estado de Derecho y de Justicia Social, nos necesita para propiciar el desarrollo y la educación con imaginación y audacia, para seguir inculcando el Evangelio, los verdaderos valores que nos alejan de la violencia y la autodestrucción. Fortalezcamos nuestra Esperanza, la Esperanza de nuestra Patria. ¡No enterremos nuestros talentos!.