Cada vez que me confieso tengo la sensación de que estoy fastidiando al maligno. Es como si le usurpase algo, como si le hiciese un daño irreparable. Por otra parte la sensación de bienestar que experimento cuando el sacerdote me perdona y me impone la penitencia, siempre considero que debería ser mayor, me debería impulsar a confesarme a diario y si no, con mucha más frecuencia. Aunque solo fuera para fastidiar a ese personaje inmundo que tantísimo daño está causando al mundo entero y que muy pocos sentimos su presencia destructora. Los otros, consideran que lo del demonio es un cuento. Compadezco a los que tan siquiera se sienten tentados en ningún momento de su vida porque, ni sienten ni padecen.
Recientemente hemos recordado al maligno tentando a Jesús en el desierto. Tres cosas le ofrecía: poder, fama y dinero. Nadie puede negar que todavía la mayoría de la sociedad actual se pierde por obtener esta tres “desgracias”. Es tan grande el afán por lograr estas prebendas que la mayoría de los hombres y mujeres, inmersos en estos menesteres, pierden la dimensión de lo que la ley puede hacer contra ellos. Estas personas frágiles, incapaces de crear su propio proyecto de vida, prefieren sucumbir al diablo y caminar por atajos peligrosos.