El arzobispo Jean-Louis Bruguès habla de los tesoros que resguarda.
Por: Elena Irarrázabal Sánchez
A cargo de 85 kilómetros lineales de estanterías, que cubren más de mil años de historia, las responsabilidades de monseñor Jean-Louis Bruguès no son menores. Fue en el año 2012 cuando Benedicto XVI le asignó la dirección de la Biblioteca Vaticana y del mítico Archivo Secreto Vaticano. Este último, conocido en latín como Archivum Secretum Apostolicum Vaticanum, conserva un aura de misterio y de especulaciones, aunque el epíteto de secreto, que viene de su nombre en latín, más bien tiene relación con el carácter “personal” o “privado” (secretum) del archivo en relación con los pontífices.
Considerado uno de los centros de investigación más valiosos del mundo, que incluye 630 fondos, el archivo alberga no solo documentos de personeros de la Iglesia, sino de personajes tan variados como la emperatriz Sissi, Abraham Lincoln, María Antonieta, Mozart, emperadores chinos, jefes mongoles y próceres de la independencia americana.
Fue creado en 1610, por orden de Pablo V, quien ordenó trasladar a los Palacios Vaticanos los libros, papeles y documentos que antes se conservaban en otros lugares. Entre los episodios más agitados que ha experimentado está la decisión de Napoleón de llevarse el Archivo completo a París, lo que significó la pérdida de miles de documentos.
El inmenso valor histórico de los papeles que resguarda impulsó hace décadas la construcción de un búnker subterráneo para preservar parte del material, construido durante el pontificado de Pablo VI e inaugurado por Juan Pablo II en 1982. Avance al que ahora se suman acuerdos con la firma japonesa NTT Data para la digitalización de las obras de la Biblioteca Vaticana.
El cargo de archivero y bibliotecario del Vaticano lo han ejercido ilustres figuras, entre ellas una muy conocida en Chile, el cardenal Antonio Samoré, figura clave en la mediación papal entre Chile y Argentina. El actual titular, el arzobispo Jean-Louis Bruguès, nacido en 1943 en la zona de los Altos Pirineos franceses, tiene una nutrida trayectoria que incluye estudios de derecho, filosofía y teología en Estrasburgo y París. El profesor de teología moral en Friburgo y Toulouse señaló a El Mercurio que, como bibliotecario y archivero del Vaticano, “tengo el deber de asegurarme de que la Iglesia siga recordando su pasado para poder avanzar más auténticamente hacia su futuro”.
¿Cuáles son hoy las principales amenazas y desafíos en materia de conservación que presenta este archivo?
Hay dos desafíos importantes. En primer lugar, la escasez de personal (hay solo 59 miembros en el personal del archivo del Vaticano), cuando precisaríamos muchos más para estar al día con todas las exigencias de restauración, catalogación y conservación. En segundo término, la falta de un número adecuado de escáneres para digitalizar documentos (sobre todo aquellos que son más frágiles y que están más dañados) y hacerlos más disponibles.
¿Hay documentos que están en un estado frágil o precario? ¿Cuál es el material más antiguo que contiene el archivo?
Los papiros son los documentos más frágiles del archivo, como también los documentos escritos sobre tela, vale decir, cartas de los emperadores chinos escritos sobre seda. Los más antiguos son los polyptica o registro de las cartas del papa San León Magno (440-461 d. C.).
De todo este inmenso acervo, ¿podría mencionarnos documentos que lo han impresionado?
Es casi imposible hacer un listado de todos los documentos que me impresionan dentro del archivo, pero podría mencionar la carta de Gengis Kan, de los mongoles, al papa Inocencio IV en 1246; la carta firmada por todos los miembros del Parlamento inglés exigiendo que el papa Clemente VII declare nulo el matrimonio del rey Enrique VIII en 1530; la misiva de la gran emperatriz viuda de la China, escrita sobre seda al papa Inocencio X en 1650, o los numerosos documentos relacionados con concilios ecuménicos a lo largo de la historia de la Iglesia.
En la larga historia del archivo, ¿cuál es el mayor peligro que ha enfrentado? ¿Fue tal vez el momento en que Napoleón se lo llevó de Roma?
Sí, la decisión de Napoleón de trasladar los archivos a París en 1810 fue uno de los acontecimientos más devastadores en términos de la preservación de los documentos y la colección en su conjunto.
¿Hay documentos que siempre guardarán su condición de secretos? ¿O el límite para la difusión de todos estos materiales es que transcurra un periodo de 70 años?
En teoría, el Vaticano se ha adaptado a la ley del Gobierno italiano que establece que los documentos en archivos estatales deben hacerse accesibles al público después de 70 años. Pero en realidad los archivos ‘secretos’ son siempre secretos y solo se pueden abrir al público a discreción del actual pontífice (como lo sugiere el propio nombre de “secreto” en latín). Por lo tanto, el papa puede hacer accesibles documentos a investigadores antes del límite de 70 años, después de esa fecha o incluso nunca.
¿Qué pasa, por ejemplo, con la correspondencia privada de los papas?
Todos los archivos pueden abrirse al público, salvo si están relacionados con la vida personal de los papas u otras personas. El papa no está autorizado a hacerlos accesibles para respetar a sus predecesores y aquellos con quienes mantuvieron una correspondencia. En última instancia, la decisión de abrir parte del archivo siempre será una acción pública y política.
Verdades y leyendas
Un total de 312.334 personas (promediando 1.859 personas por día) visitaron el primer semestre del 2012 la muestra Lux in Arcana en el Museo Capitolino de Roma. La inédita exposición, que generó expectación, mostró documentos que nunca antes se habían exhibido al público y relacionados con figuras como Lutero, Galileo Galilei, Napoleón Bonaparte, Giordano Bruno, Federico Barbarroja y los caballeros templarios.
Dentro del material que se exhibió en ‘Lux in Arcana’ figuraron documentos relacionados con Pío XII y su rol frente al nazismo. ¿Cree que la difusión de estos documentos ha ayudado a dar una imagen más completa del pontífice?
La historia a menudo se relata a través de leyendas –tanto buenas como malas– que, desgraciadamente, no siempre están basadas en la realidad. Creo que es un importante servicio poner a disposición del público información apropiada del archivo para disipar la información errónea y restaurar el buen nombre de las personas que se ha visto empañado por esas malas leyendas.
¿Están abiertos el archivo y la biblioteca a todo tipo de investigadores, aunque no sean católicos? ¿Los investigadores tienen acceso a los documentos originales?
Hay dos condiciones para admitir a investigadores en el archivo: deben tener un doctorado en su campo de estudio y ser presentados por una institución académica de educación superior. El ingreso no se concede basado en ninguna otra característica personal, como puede ser la afiliación religiosa; de hecho, la biblioteca estuvo abierta desde un principio a investigadores no católicos para promover el humanismo y la excelencia en la enseñanza. Los estudiosos pueden tener acceso a documentos originales que son considerados necesarios por el personal competente basado en cada caso individual. Este es otro ejemplo de por qué el proceso de digitalización es de tanta utilidad, no solo para los archivos sino también para los investigadores de todo el mundo.
Recién se firmó un acuerdo con la empresa japonesa NTT Data para digitalizar el material. ¿Qué documentos se elegirán?
El acuerdo solo incluye la Biblioteca Vaticana. Por el momento, se digitalizarán alrededor de 3.000 de los manuscritos más antiguos de la biblioteca, gracias al acuerdo firmado con la empresa japonesa, que ha asignado 19 millones de euros al proyecto.
El Archivo Secreto contiene documentos que hablan de episodios importantes de la Iglesia; entre ellos, momentos difíciles y equivocados, como fue el proceso a Galileo Galilei. En ese contexto, ¿cómo aborda su institución la difusión de este material?
Soy sacerdote dominico y el lema de nuestra congregación incluye la necesidad de buscar la verdad, pues ‘la verdad nos hace libres’. Por lo tanto, nunca he tenido problemas en proporcionar acceso a documentos que reflejen momentos difíciles en la historia de la Iglesia desde la perspectiva actual. Para mí, la diferencia está en la actitud con la que uno investigue: ¿como una búsqueda de la verdad liberadora, que aporta una mayor unidad, o para difundir la disensión y la discordia? En este sentido, me gustaría citar una frase de Victor Hugo: “Tú solo ves la oscuridad, en tanto yo veo las estrellas; cada uno de nosotros tiene su propio modo de ver el cielo de la noche”.
ELENA IRARRÁZABAL SÁNCHEZ
El Mercurio (Chile)