Esta semana se cumple el 23 aniversario del nombramiento de Felipe Fernández como obispo de Tenerife, un traslado que causó sorpresa al propio Santo Padre
El obispo emérito de la Diócesis Canariense, Ramón Echarren, el obispo tinerfeño Felipe Fernández, en el centro, y el hoy cardenal Fernando Sebastián, en un acto de la Conferencia Episcopal Española en 2005 en Madrid.
El obispo emérito de la Diócesis Canariense, Ramón Echarren, el obispo tinerfeño Felipe Fernández, en el centro, y el hoy cardenal Fernando Sebastián, en un acto de la Conferencia Episcopal Española en 2005 en Madrid. efe
Esta semana se cumplen 23 años del nombramiento de Felipe Fernández como obispo de Tenerife. Fue el 12 de junio de 1991 cuando tomó posesión de su cargo. Solo un mes después, el 24 de julio, hizo entrada en la diócesis de la que fue titular hasta que en 2005 decidió retirarse de la actividad pública aquejado de problemas de salud: tenía parkinson.
Durante los 17 años que estuvo al frente de la Diócesis Nivariense cambió muchas cosas. Se encargó de ampliar la presencia de la iglesia en muchos puntos de la Isla y encabezó un histórico sínodo diocesano en el que participaron 13.000 fieles. Lideró el proceso de canonización, en 2002, del que fuera el primer santo canario, el Hermano Pedro. Además de mejorar los sistemas de comunicación con los creyentes de las Islas al crear Popular TV, supo también ganarse el respeto de todos los canarios.
Fernández falleció en 2012, cuando tenía 76 años y ostentaba el título de obispo emérito de Tenerife. Lo que muchos no saben es que el prelado tinerfeño protagonizó una curiosa anécdota junto al entonces papa Juan Pablo II, recientemente canonizado y que, como él, padeció parkinson. Sin embargo, este no era el único punto en común entre los dos religiosos.
El propio Santo Padre se sorprendió, durante uno de los viajes periódicos que los obispos españoles deben realizar al Vaticano, de que Fernández estuviera en Tenerife. Esa incredulidad procedía de la visita que Juan Pablo II realizó en 1982 a las ciudades de Ávila y Alba de Tormes. El Papa había estudiado desde muy joven la vida de Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, de ahí que no perdiera la oportunidad de visitar sus respectivos lugares de origen.
Fue en ese momento cuando el Santo Padre conoció a Fernández, que por aquella época era el obispo abulense.
La revista Vida Nueva recogió recientemente la curiosa anécdota que sucedería en el siguiente encuentro entre Fernández y el Papa y la sitúa como ejemplo de cómo la Curia vaticana centraliza muchas de las decisiones que el Papa, por lógica, no puede tomar aunque formen parte de su ministerio.
Cuando Fernández y Juan Pablo II se volvieron a encontrar en la memoria del segundo estaba muy vivo el recuerdo de su visita a España. El semanario de información religiosa recogió el encuentro casi de forma textual. Sucedió durante una de las visitas ad limita que han de realizar todos los obispos del mundo a la Sede Primada de Roma cada cinco años. «Como es de suponer, son muy pocos los obispos diocesanos a quienes el papa conoce personalmente y por su nombre. Sin embargo, había uno en el grupo español del que se acordaba perfectamente: de monseñor Felipe Fernández, obispo de Ávila. Y así lo identificó y saludó Juan Pablo II. La reacción de don Felipe fue inmediata», relataron en Vida Nueva.
«–Santidad– respondió el prelado español – pero no soy el obispo de Ávila».
–¿Cómo? ¿Qué no eres el obispo de Ávila?
–Efectivamente, Santidad, soy el obispo de Tenerife y lo soy desde 1991.»
Según recogieron en la revista, la pregunta del Papa fue «directa y soprendente: «¿Pero quién te ha mandando allí?». «Usted, Santidad», fue la sencilla respuesta del obispo tinerfeño. Ante lo que Juan Pablo II se mostró desconcertado con un «¿Yoooooooo?».
Esta anécdota, que habla del carácter afable del Santo Padre, es una de las más recordadas del difunto obispo tinerfeño del que se cumplen además dos años de su fallecimiento en La Laguna, donde permaneció tras su renuncia.