Mientras se está analizando la posibilidad de un viaje papal a Turquía y hay quienes hablan de guerra de religiones instrumentalizando el discruso de Regensburg para oponer a ambos Pontífices, es útil recordar la importancia de esos instantes silenciosos de Papa Ratzinger en la Mezquita Azul de Estambul
andrea tornielli
Ciudad del vaticano
Fueron diez minutos y habrían quedado impresos en la historia, cancelando definitivamente las polémicas y las instrumentalizaciones que se han hecho del discurso de Regensburg. Papa Ratzinger permaneció inmóbil, con las babuchas blancas asomándose bajo su túnica. Tenía los dedos de las manos entrecurzados y apoyados en la cruz pectoral de oro. Rezaba en silencio, con los ojos entrecerrados y con el rostro relajado, moviento de tanto en tanto y casi imperceptiblemente los labios. Sí, rezaba. Pero lo estaba haciendo en una mezquita, frente al “mihrab”, el nicho de mármol que indica la dirección de La Meca. Estaba rezando dentro la gran Mezquita Azul de Estambul, al lado del Gran Muftí de la ciudad, Mustafà Cagrici, que lo acababa de invitar, inesperadamente, a llevar a cabo juntos ese gesto de recogimiento.
Las imágenes en vivo (era el 30 de noviembre de 2006 por la tarde) dieron la vuelta al mundo y sirvieron para insistir mejor que con mil discursos en ese afecto y ese respeto por los fieles del Islam que Papa Ratzinger no habría dejado de afirmar desde entonces, citando la común referencia a Abraham.
Pocos minutos antes, cuando Benedicto XVI y el líder islámico llegaron frente al “mihrab”, el muftí le dijo al Papa: «Aquí la gente se detiene para rezar durante treinta segundos, en serenidad». Después comenzó una oración en voz alta, en árabe. Entonces, Ratzinger entrecerró los ojos y juntó los brazos para comenzar a rezar. Permaneció así durante más de treinta segundos, por lo que el muftí y los demás presentes tuvieron que esperar en un silencio casi irreal. Al final, como muestra de respeto, inclinó ligeramente la cabeza hacia el nicho y dijo al Gran muftí: «Gracias por este momento de oración».
«El Papa se detuvo en meditación y dirigió a Dios su pensamiento», confirmó inmediatamente después el vocero vaticano, el padre Federico Lombardi. Y así, la visita a la Mezquita Azul de Estambul, que no figuraba en el programa y duró unos cuantos minutos, se convirtió en uno de los momentos más importantes de su viaje a Turquía.
No fue la primera vez que sucedía, pues también Papa Wojtyla, en mayo de 2001 (tres meses antes de los atentados del 11 de septiembre), rezó dentro de la Mezquita de los Omeyas en Damasco. Pero entonces lo hizo apoyando las manos en el sarcófago de mármol que cierra una reliquia atribuida a San Juan Bautista, en un lugar que antes de ser un lugar sacro para el Islam había sido una Iglesia. El impacto mediático de aquel simple gesto de Benedicto XVI fue muy importante. El periódico turco “Milliyet” tituló la edición en línea de la tarde con el siguiente título: «Como un musulmán».
En estos días se está hablando de un posible viaje papal a Turquía. El Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomeo I, expresó su deseo de que Francisco pudiera visitar Estambul para festejar la fiesta de San Andrés, el 30 de noviembre. Y, aunque falte muy poco tiempo, en el Vaticano se espera una invitación oficial por parte del gobierno turco. Además de las relaciones siempre fraternas con los cristianos ortodoxos, el eventual viaje de Francisco también estaría marcado por el diálogo con el Islam, teniendo en cuenta la dramática situación internacional que se vive en el Medio Oriente, particularmente en Irak y en Siria, dos países que tienen fronteras con Turquía.
En estos tiempos en los que hay algunos que, para comparar y oponer cueste lo que cueste al actual Pontífice con su predecesor, instrumentalizan las palabras de ambos y acaban por hacer una caricaturización inevitable, es útil recordar aquella imagen de la oración silenciosa de Benedicto XVI. El Papa teólogo, autor del discurso de Regensburg, para quien el diálogo con los musulmanes «no puede ser reducido a un “extra” opcional: al contrario, este es una necesidad vital de la que depende en gran medida nuestro futuro». Así, pueden descansar en paz los nostálgicos de las cruzadas que, simplificando la realidad, esperan una guerra de religiones e intervenciones que, como observaron tanto el sociólogo italiano Massimo Introvigne como la revista “La Civiltà Cattolica”, acabarían reforzando a los fanáticos verdugos del Califato.