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“Arrupe a la luz del papa Francisco”

Dos figuras eclesiales, hombres de Dios, con caminos distintos y notables coincidencias

El escritor y periodista Pedro Miguel Lametha pronunciado una conferencia titulada «El padre Arrupe a la luz del papa Francisco»en el Centro de Pastoral Arrupe de Málaga.

Por la afluencia de público fue necesario habilitar el templo del Sagrado Corazón, donde se instaló una gran pantalla para la presentación de la ponencia, ilustrada con numerosos esquemas y fotografías.

«Jorge Bergoglio, en mi opinión, -afirmó el escritor- ha tenido que experimentar una iluminación interior o «ilustración», probablemente entre los dos cónclaves, por lo que debió ver claro el estilo de papa que necesita nuestro mundo. Si no, no se explica la diferencia entre las fotos del cardenal, con gesto grave y más bien adusto, y la arrolladora imagen de alegría, optimismo y valiente y arriesgado compromiso que hoy presenta como sucesor de Pedro. No se sale a la logia de San Pedro de esa manera y se tienen esos gestos si no se ha pensado mucho antes«. Durante su conferencia el jesuita intentó probar que muchas de las actitudes del papa Francisco, estaban en germen en la vida, gobierno y pensamiento del padre Pedro Arrupe.

Lamet trazó un paralelo entre las dos figuras eclesiales, hombres de Dios, con caminos distintos y notables coincidencias. Con orígenes, educación y procesos bien diferentes, Arrupe hijo de arquitecto de una familia burguesa en el Bilbao siderúrgico de principios de siglo y huérfano muy joven de padre y madre. Bergoglio -nacido en 1936, el año en que Arrupe se ordena sacerdote- hijo de inmigrantes italianos, una familia sencilla en un barrio bonaerense. El primero médico, el segundo químico, ambos ingresan en la Compañía de Jesús para vivir el seguimiento evangélico. Pedro experimentará pronto el impacto de la universalidad y la inculturación, por ser expulsado de España durante la República, vivir en Bélgica, Alemania, Estados Unidos y Japón como brillante misionero. Jorge circunscribirá su pastoral a Argentina, pero con cargos que le catapultarán a la larga a la Iglesia Universal.

La prueba les marca a ambos. El vasco-español en la encrucijada de la Segunda Guerra Mundial, acusado y encarcelado injustamente como «espía internacional» en Yamaguchi, y luego como testigo de excepción de la bomba atómica durante su periodo de maestro de novicios en Hiroshima.

Bergoglio, sucesivamente como provincial, obispo y cardenal-arzobispo de Buenos Aires, sufrirá los tiempos oscuros de la dictadura de Videla y el cambio de siglo. Los dos provistos de una acusada personalidad y vida austera y de oración van a desembocar en un compromiso con los marginados, los más pobres y los grandes desafíos del siglo pasado: la injusticia, la persecución, los cambios posconciliares y la respuesta evangélica a un tiempo tumultuoso.

Lamet opina que, aun partiendo de la espiritualidad ignaciana, emprendieron caminos diferentes. «Es cierto que el padre Bergoglio, por su fuerte liderazgo produjo una marcada división en la provincia argentina, ya que a los jóvenes jesuitas se las planteó una disyuntiva: el compromiso con la justicia, que conllevaba una cierta implicación política en línea con la Teología de la Liberación; y, por otro lado, la línea bergogliana, que entonces lideraba una opción por los pobres de las Villa Miseria, pero a partir de una postura más espiritualista o mística, desde el bondadoso modelo de San Pedro Fabro. De aquella división creada se ha arrepentido públicamente el actual papa Francisco», dijo el conferenciante, que añadió que el padre Álvaro Restrepo, colombiano nombrado provincial de Argentina para solucionar el problema, ha aclarado diciendo que «el argentino es muy afectivo y se adhiere más a una persona que a una ideología».

Arrupe, con la opción de los jesuitas por la justicia como consecuencia de la fe, su ideas sobre el apostolado racial, los colegios de ricos, los jóvenes, el eurocentrismo, la mujer en la Iglesia, el servicio a los refugiados y diálogo con todos, incluido entonces el marxismo, fue acusado de secularizar a la Compañía. Por ello fue desautorizado por Juan Pablo II, hoy santo; y, aquejado de un ictus cerebral, vivió de una manera ejemplar nueve años de santa marginación y paciencia. El mismo papa Wojtyla lo reconoció así, visitándole tres veces.

Ya entonces, personalidades lúcidas como el cardenal Tarancón, dijeron que era «un profeta que se adelantó a su tiempo» y que la Iglesia «no estaba preparada para comprenderlo cabalmente». Piensa Pedro Miguel Lamet que ha llegado el momento en que se está cumpliendo la profecía de Arrupe. «Las denuncias de Francisco contra las injusticias del poder del dinero, su cercanía a los inmigrantes y desempleados, la importancia concedida a la periferia, la descentralización de la Iglesia, sus intentos de dar mayor importancia al Pueblo de Dios y a la mujer, su rechazo a «dar palos» y su optimismo y alegría, ya estaban en cierto modo en Pedro Arrupe». Este decía: «Hoy unos mueren de hambre y otros de exceso de colesterol». «Me dicen que soy un optimista patológico, ¿cómo no lo voy a ser, si creo en Dios?». «Aquello de lo que te enamoras te cambia la vida». Él, desde su simpatía magnética y su cautivadora sencillez, era ya primavera en la Iglesia, pero desautorizado por el papa que amaba, y mártir incruento de sus ideas.

El conferenciante concluyó su intervención con una imagen elocuente: el papa Francisco acariciando por dos veces la efigie de Arrupe, representada en el bajorrelieve de su tumba de la iglesia romana del Gesù. Otra prueba de esta nueva hora que parece sonar para Arrupe es el prólogo escrito por actual superior general Adolfo Nicolás, a la nueva edición de biografía actualizada de Lamet, Arrupe, testigo del siglo XX, profeta del XXI, relanzada recientemente por ediciones Mensajero, donde afirma que «Arrupe era un profeta y sigue vigente».

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